viernes, 26 de noviembre de 2021

¿Conoces las implicaciones del lirio acuático en un hábitat que no es el suyo ? Descúbrelo en el cuento de "El Lirio"

El lirio acuático en Xochimilco se ha convertido en uno de los grande problemas que afectan este lugar, pues es una plaga que infesta los canales, obstruyendo el paso de las trajinares y chalupas, tapando las bobas y afectando la flora y fauna local.

En el cuento "El lirio" de Roxanna Erdman Lango publicado por la CONABIO, en "México País de las Maravillas; Cuentos y Cantos por la Naturaleza", a través de una entretenida historia de muestra lo perjudicial que puede a llegar a ser esta hermosa y llamativa planta, cuando es una especie introducida, tal es el caso de Xochimilco:

Cuento El Lirio
Fuente: El Tapanco Chinampero; Diseño de Hatori Kitsune Art

Hace mucho tiempo, el lirio compartía la orilla de un lago con juncos y patos, pero se mantenía discretamente aparte. Callado, desde tierra firme miraba bullir la vida a su alrededor, envidiando la osadía de los juncos que siempre estaban organizando apuestas a ver qué tallo se animaba a adentrarse más en el líquido. Ranas y peces celebraban la osadía recorriendo el laberinto de vegetación sumergida.

El lirio guardaba silencio. No aprobaba aquella intromisión en el agua tranquila. Al lirio le gustaba observar las tímidas incursiones de los patitos, y hasta sonreía disimuladamente cuando, sorprendidos, perdían el piso y comenzaban a patalear para mantenerse a flote en el agua mansa.

Cosa muy distinta era ver a los patos crecidos, que de tanto en tanto metían la cabeza polvorienta en el agua o batían con fuerza las alas, dejando tras de sí un reguero de plumas inservibles.

El lirio no tenía más remedio que presenciar la escena decenas de veces todos los días, hasta que el sol se ponía y los dichosos patos se iban a dormir. Pero con la noche no acababan sus angustias. Tan pronto oscurecía, una horda de animales se acercaba a calmar la sed. Los mapaches incluso se daban el lujo de lavar furtivamente su comida en el agua limpia.

El lirio se pasaba horas en vela, observando los atropellos, sufriendo en silencio y conteniendo la ira a duras penas. ¿Qué podía hacer para evitar que las alimañas quebraran la límpida superficie con sus chapaleos, piruetas y zambullidas? ¿Cómo podía evitar que ensuciaran el agua cristalina? ¿Acaso era el único que atestiguaba cómo la comunidad se regocijaba a expensas del agua impoluta y le robaban la calma y la transparencia?

De tanto rumiar reproches, un buen día el lirio logró ser escuchado.
Oye, tú, bestezuela inmunda– le dijo a un tapir que bebía despreocupadamente, 
¿no crees que ya tomaste suficiente? Tienes tierra en el hocico, y mientras más te tardas en beber, más se disuelve tu mugre en el agua.
Sobresaltado, el tapir se fue corriendo.

Viendo el poder de sus palabras, el lirio se envalentonó y pretendió regular la conducta de los animales en el agua. 
A ver, ustedes, grullas polvorientas, ya estuvo bien por hoy; ¡ahuequen el ala! ¡Menos chapoteos, ranas, que esto no es una alberca! ¡Quisiera ver el día en que antes de meterse al agua tuvieran la decencia de limpiarse las patas! Oigan, ¡bájenle al volumen de sus graznidos! ¡Eh, tú!, ¡deja de meter tu viscosa lengua en el agua! ¡Mira viento, te estás pasando eh! ¡Vete a hacer ondas a otro lado!

Animales y plantas suspiraban con fastidio y procuraban alejarse del tirano vegetal. Hartos de las amonestaciones del lirio, los juncos protestaban:
Ay, oye, ni que le hicieran daño al agua. Déjalos en paz y ocúpate de tus asuntos. ¡Te estás poniendo más verde del puro berrinche! 
¡Cállense! Ustedes no me dirán a mí la forma de cuidar el agua. Primero vuelvan a la orilla, que es donde deben estar, aprendan a comportarse y después ajustamos cuentas. 
¿Y si no, qué?, ¿acaso piensas desterrarnos? Eres un simple lirio, ¡deja de amenazarnos! ¡Eres ridículo!.

Verde de ira, el lirio no dijo más, pero urdió un plan. Por las noches se concentraba en estirarse lo más posible, hasta que una mañana los juncos amanecieron cercados por una red de follaje. Varios días duró la pugna entre los dos vegetales, pero al final el lirio ganó la batalla y los juncos tuvieron que replegarse.

Animado por su victoria, el lirio continuó la urdimbre hasta que logró crear un ribete alrededor del lago. Poco a poco, los cuadrúpedos dejaron de acudir al agua a beber. La maraña de lirio les impedía acercarse, y aunque algunos habían intentado abrirse paso hincándole el diente, no lo habían conseguido.

El lirio guardaba silencio de nuevo. Necesitaba toda su concentración para seguir extendiéndose y ahuyentando a los seres que tanto le molestaban.

Sólo a las ranas parecía no importarles la nueva condición del hábitat; al contrario: saltaban felices sobre las hojas del lirio para atrapar por docenas las moscas que ahora siempre revoloteaban sobre el lago, atraídas por el olor a podredumbre que crecía al mismo ritmo que el manto verde.

Los peces se armaron de valor y se acercaron a la superficie para negociar, porque se estaban quedando a oscuras. El sol ya no alcanzaba las profundidades y muchos habían muerto por el cambio de temperatura. En la penumbra, los restos se descomponían lentamente, emponzoñando el ambiente. 

Pero el lirio, indiferente, siguió su concienzuda labor de expansión. Por fin disfrutaba de la tranquilidad que había anhelado; ya podía descansar de noche sin preocuparse porque los merodeadores anduvieran metiendo sus pezuñas y sus bigotes en el agua, en su agua.

Y así llegó el día en que cubrió por completo el lago. Donde antes resplandecía el agua cristalina, devolviendo guiños luminosos cada vez que el aire rizaba la superficie acuática, ahora verdea un impasible mar de lirio. Donde antes la vida bullía en decenas de formas, una fronda vigila implacable la quietud.

De cuando en cuando el lirio le ofrece al agua, a su agua, algunas flores para halagarla. No se ha dado cuenta de que ella se ha quedado ciega y muda bajo su abrazo vegetal.


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