sábado, 13 de agosto de 2022

Las Sirenas de Xochimilco ¿Conoces sus historias?

Las Sirenas de Xochimilco

Mucho se ha hablado en diversas culturas acerca de la existencia de las sirenas, México no es la excepción. Las sirenas aparecen como una constante en las culturas que viven cerca del agua, tal es el caso de Xochimilco.

Fuente: El Tapanco Chinampero

Por ello traeremos una serie de narraciones del colectivo imaginario de esta comunidad (las cuales forman parte de la gran tradicion oral de Xochimilco), que tienen como protagonista a uno de estos míticos seres. Desde aquellos en los que la han visto saltar en los canales, hasta en los que han sido llamados por ella y se los ha llevado, tal como ocurrió con los jóvenes que desaparecieron en San Luis Tlaxialtemalco.

Cuento las sirena de Xochimilco,  Autor desconocido

Este cuento pertenece a la serie de cuentos "Otras Leyendas de Xochimilco" de  Arturo Texcahua. Agradecemos a la Editorial Trajin, que nos dieron permiso de traer esta historia para ti estimado lector, por lo que su distribución fuera de este blog esta prohibida

Esta historia se remonta a principios del siglo pasado, cuando inició la construcción del acueducto que abastecería de agua a Ciudad de México, debido al agotamiento de los manantiales de Chapultepec y de la sierra de las Cruces. El gobierno de Porfirio Díaz ordenó la importación de agua de los manantiales de Xochimilco. Las obras dieron inicio en 1900 y concluyeron doce años después, pero no fue una tarea fácil para los que construyeron la estación de bombeo de San Luis Tlaxialtemalco.

Cuentan que en el manantial de donde se extraería el agua, vivía una sirena, la cual se encargaba de mantener vivo al manantial, en el cual vivían muchos peces y flores, principalmente amapolas de vistosos colores. La gente que observaba a la sirena solo podía ver la parte superior de su dorso y comentaba que era una mujer muy hermosa, de larga cabellera, la cual se movía en el agua con facilidad. —¡Parece que flota! —comentaba la gente.

Cuando se iniciaron los trabajos en San Luis, llegó un ingeniero muy malhumorado. Tenía como objetivo la construcción del acueducto y se encargaba de supervisar que los trabajos se realizaran en tiempo y forma, de acuerdo con lo planeado. En todos los pueblos se inició la obra sin dificultad, excepto en San Luis. Los albañiles trabajaban arduamente durante el día, pero a la mañana siguiente, sus avances habían desaparecido; aquello que realizaban con tanto esfuerzo y ahínco se reducía a escombros. 

El ingeniero se enfurecía y tachaba de holgazanes a los trabajadores, quienes, por más que intentaban explicarse lo que sucedía, no lograban entenderlo. Esta historia se repetía una y otra vez, trabajadores iban y venían, sin que su esfuerzo generara un avance en la obra.

Hasta que un día un maestro de obra, con sus trabajadores, se quedó velando la construcción para ver qué era lo que ocurría por las noches. Mayúscula fue su sorpresa cuando observó que, a medianoche, cuando la luna alcanzó el punto más alto en el firmamento, el agua del manantial comenzó a subir como una leve marea, y de su centro emergió una mujer que empezó a brincar de un lado a otro. Los trabajadores quedaron estupefactos al observar que ella tenía cola de pez en lugar de piernas, con la cual destruyó los avances que los albañiles realizaron durante el día

—¡Fuera de aquí! —gritó la sirena a los trabajadores, quienes salieron corriendo, espantados, sin ganas de regresar. A la mañana siguiente el maestro de obras comunicó lo ocurrido al ingeniero, quien se enfureció al escuchar los hechos ocurridos durante la noche.

—De seguro estaban ebrios y vieron alucinaciones —dijo el ingeniero, pues no daba crédito a la maravillosa historia. Los trabajadores dijeron que no tenían ganas de seguir trabajando en el sitio. Tenían miedo de que la sirena tomara represalias contra ellos. Sin embargo, el ingeniero ordenó a los trabajadores que comenzaran de nuevo, porque el avance que presentaban era nulo y eso retrasaría la construcción del acueducto. Vociferó molesto:

—¿Sirenas a mí? ¡Ya les enseñaré a estos supersticiosos lo que hago con su sirena!

Al caer la noche, una vez más los trabajadores esperaron a que la sirena apareciera; esta vez estaban acompañados por el ingeniero, quien insistía en que lo que habían visto era producto de su imaginación. La noche transcurrió en calma, hasta que llegó la media noche y precisamente cuando la Luna alcanzó el punto más alto en el firmamento, un borbotón se produjo justo en el centro del manantial y de él emergió la sirena. De nueva cuenta destruyo los trabajos realizados durante el día. El ingeniero se quedó inmóvil, con los ojos cuadrados al observar lo que sucedía, pero se repuso y le habló a la sirena:

 —¿Por qué destruyes lo que hemos realizado con tanto esfuerzo? Este es nuestro trabajo.

—Pues el mío es cuidar el manantial —repuso la sirena y siguió diciendo—. Esta es mi casa ¿Por qué te quieres llevar el agua de Xochimilco? ¿Dónde voy a vivir? He estado aquí desde hace mucho tiempo, me gusta este lugar, los peces nadan contentos, mis hermanos los ajolotes también, las flores embellecen mi hogar con sus aromas y colores; además la tierra de esta región es distinta a las demás. Si te callas y escuchas con atención, notarás que la tierra habla y canta, te ofrece bendiciones con sus frutos.  Si yo permito que te lleves el agua, la tierra va a llorar de dolor y se secará de tristeza. Sus lágrimas harán grietas en ella y esas grietas erosionarán los campos de cultivo. ¿Y yo dónde voy a vivir?

El ingeniero guardó silencio. La sirena se acercó a la orilla. Los hombres se quedaron quietos como monolitos. La sirena miró al ingeniero cara a cara y le dijo:

—Tú no entiendes este sentimiento de pertenencia de la tierra porque no eres de aquí, pero quienes han nacido y vivido aquí sienten apego por ella y la respetan. ¿No has observado que cuando un hombre de esta región escoge el lugar donde construirá su casa pide permiso a la madre tierra y para que no enfurezca le brinda algo de beber? El campesino, en su chinampa o en su parcela, habla a la tierra, a su cosecha, a su maíz. No, tú no entiendes eso, tú eres un hombre de “ciencia” y no crees en eso. Así que ¡fuera de aquí!

Los hombres comenzaron a retirarse, uno a uno, menos el ingeniero, quien quedó estático observando a la sirena, hasta que rompió el silencio y dijo:

—Tienes razón, no entiendo muchas de las tradiciones que existen en esta región. De lo poco que he observado y me ha llamado la atención, es que a una olla de tamales le amarran las orejas de la misma hoja de tamal, para que si alguien se enoja la olla no escuche y los tamales no salgan crudos. He observado que el tres de mayo los campesinos descienden del cerro cargando una cruz enorme. He visto que el día de muertos en el Panteón de Xilotepec velan las tumbas y las adornan con flores, llevan comida y música. También que día a día celebran a la imagen de un Jesús niño, a quien llaman “Niñopa”. Es cierto que no entiendo muchas cosas, pero comprendo que son actos de fe con los que vive la gente. Pero mi trabajo es construir un acueducto y aunque no lo creas, llevo años trabajando en él. Al igual que tú, llevo muchos días cuidando este proyecto, desde el momento en que lo planee, primero aquí, en la cabeza, después en el papel, para que finalmente lo construyéramos en piedra. He soñado con el momento en que esté terminado, funcionando. Juro que haré lo que sea para que se realice.

Dígame usted, señora, ¿qué tengo qué hacer para que me permita realizarlo? La sirena se volteó y comenzó a reír.

—Eres valiente, lo noto en tu mirada, además de ser sensible, porque esta región ha recibido a muchos visitantes y casi nadie se percata de nuestras tradiciones. No es malo que no entiendas lo que ves, porque muchas de las personas que viven aquí no comprenden cada una de las enseñanzas que les heredaron los padres de sus padres, pero viven y sienten cada una de ellas. Porque no es necesario comprender algo que sienten en sus corazones, de la misma manera que tú vives tu proyecto ¿Sabes? Me has convencido, dejaré que realices tu sueño, pero a cambio quiero que en la próxima noche de luna nueva organices una fiesta en este sitio en mi honor, además, que me entregues a siete jóvenes varones, nobles y valientes como tú. Esa es mi condición, pequeño soñador, tú decides si la cumples o no.

Acto seguido desapareció. Desde ese momento el ingeniero cambió su manera de ser, pidió a sus trabajadores no hablar nada acerca de lo ocurrido. Pocos días después, en las vísperas de “luna nueva” se colocaron carteles que invitaban a los jóvenes de la región a una fiesta en el manantial, en la que habría baile, comida y bebida gratis. Los carteles no indicaban el motivo, solo decían fecha, hora y sitio.

Llegó el día de la celebración, muchas personas asistieron al baile. Sin distinción de personas, se les brindó comida y bebida. El ingeniero recorrió cada una de las mesas de los invitados, y conversó y convivió con cada uno de los jóvenes que asistieron. De entre todos ellos eligió a siete, con los cuales tuvo una reunión en privado. En dicha reunión se le dio a cada uno de los jóvenes de beber tanto como pudieran. El ingeniero les explicó que los había elegido para una labor muy especial, que con su sacrificio mucha gente se vería beneficiada, por lo cual deberían de sentirse orgullosos. Después pidió a los jóvenes que lo acompañaran a la orilla del manantial, les dijo que ahí observarían un espectáculo único. Ya en la orilla les siguió dando de beber hasta que perdieron el conocimiento. Cuando la luna alcanzó su punto máximo en el firmamento, la sirena apareció y dijo:

—Elegiste bien, ahora puedes continuar tu sueño. Yo me voy para nunca más volver. Cuídate. —Oye —gritó el ingeniero—, ¿qué pasará con los muchachos? —No es de tu incumbencia —contestó la sirena—, ahora vete. Lo que sucedió después, a ciencia cierta nadie lo sabe. La gente fue a buscar a los jóvenes a la mañana siguiente, pero no los encontró ni en ese momento ni en los días siguientes. La construcción del acueducto siguió su curso hasta que concluyó.

De la sirena y de los jóvenes nunca más se supo nada, pero muchos en el pueblo aseguran que la sirena se los llevó, otros dicen que se ahogaron y no falta por ahí quien diga que se fugaron con la novia. El acueducto siguió funcionando hasta 1940. Si observas con atención, la próxima vez que vengas a Xochimilco a la Feria de la Nieve, de la Alegría y el Olivo en Tulyehualco; o la Feria del Dulce Cristalizado en Santa Cruz Acalpixca; o vayas por la carretera federal a Oaxtepec, todavía podrás ver los restos del acueducto. Con ello recuerda esta historia, pero sobre todo ten presente no pisotear los sueños de los demás por realizar el tuyo. Por cierto, alguien me dijo que en su comunidad existe una sirena igual y ¿saben?, no está lejos de aquí. Se llama Tulmiac y puede ser que la sirena no se haya ido del todo, pero esa es otra historia. ¡Ah!, se me olvidaba decirles que existe una fuente de la sirena, frente al embarcadero Fernando Celada, por si les interesa conocerla.


Fuente: 

  • Texcahua, Arturo. Otras Leyendas de Xochimilco (Spanish Edition), La Sirena de Xochimilco,  (p. 35). Edición de Kindle.

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